jueves, 30 de enero de 2020

"Open Age" un cuento de Lorena Leigh


—¿Han ido al Iceland Foods? —pregunta B al grupo de tejedoras sin dirigirse a ninguna en particular.
—¿Cuál es ese? —contra pregunta J.
—El que está aquí a la vuelta —responde B indicando con una de las agujas hacia la ventana.
—No lo conozco —dice F sin levantar la vista de su labor.
—Yo tampoco lo conocía hasta que me avisaron de una oferta de papel higiénico. Nueve rollos por £2,5 ¿no es increíble?
—Deben ser de una capa y terminarás usando el triple de todas maneras —rezonga P.
—Son de tres. ¿No te digo que ya fui a comprarlos? Lástima que los pañales de adulto no sean su tema porque están cada día más caros y una oferta de esas no le vendría mal a mi bolsillo.
—¿Cuántos estás usando al día? —pregunta F—. M tendrá que empezar a usarlos pronto porque con lo que cuesta lavar y secar sábanas, no lo resisto un día más.
—No creo que vaya de nuevo —acota B ignorando a F por completo—. Los pasillos son tan estrechos que apenas cabe mi silla de ruedas y las personas pasan por tu lado mirando los estantes sin fijarse lo que pasa con la canasta de compras que llevan en la mano.
—Me tengo que ir un poco antes hoy porque tengo hora al dentista —avisa P.
—Yo, si puedo, me resisto a ir a ver a ese individuo —dice B a quién parece no importarle el cambio de tema.
—Si la placa te bailara dentro de la boca como a mí, te aseguro que saltarías de tu silla de ruedas y partirías corriendo —dice P bromeando.
B hace una mueca aparentando que el chiste le causa gracia pero F y J se contagian con la risa de P de tal forma que todas lanzan carcajadas. No tengo más remedio que ponerme a reír también mientras las observo pensando en que quizás, debido a mi reducido vocabulario inglés, haya pasado por alto alguna palabra. Continúo riéndome un par de segundos más y desvío la mirada hacia el suéter que estoy tejiendo.
Al rato, P comienza a ponerse el abrigo para asistir a su cita con el dentista y se dirige a mí aludiendo a lo callada que he permanecido durante la reunión. Ella misma resuelve que ha de ser por la concentración que me requiere seguir el patrón del tejido. Busco dentro de mi gramática inglesa los verbos y sus conjugaciones para darle una respuesta un poco más extensa pero no alcanzo a armar la frase y su teléfono sobre la mesa se pone a vibrar.
—No, querido. No puedo ir en este momento… Si te sientes realmente mal llama a emergencias… No puedo perder la hora con el dentista… Siéntate un rato y respira profundo… ¿Entiendes lo que te digo?... Me estoy atrasando, te insisto, si empeoras llama a emergencias… Disculpen el teléfono, chicas. Mi marido está un poco sordo y casi tengo que gritarle.
—No te preocupes por nosotras —dice F en un evidente tono de molestia—. Pero debiste decirle que fuera al GP, no que llamara a emergencias. Eso es para otro tipo de cosas.
—No puede ir caminando hasta el GP —responde P.
Que pida un taxi.
—Por eso le dije que los llamara si era realmente necesario, F , no tienes por qué ser tan ruda conmigo.

Es la segunda vez que asisto al centro comunitario. Rumbo a casa, y bajo una llovizna persistente, reflexiono sobre las mujeres que me tocaron como compañeras de actividad. Calculo que el promedio de edad debe ser de más o menos 70 años. De las cuatro, dos tienen reducida la capacidad de movimiento de sus piernas, la primera se mueve gracias a una silla de ruedas eléctrica, la segunda usa bastones. Al menos una usa pañales, otra dientes postizos, una casi no habla y la otra es cascarrabias —tal vez con la única que logro identificarme—, y al menos dos, o son sordas o les importa un huevo seguir el tema de conversación que se haya instalado. Cuestiono cómo he ido a parar ahí y cuáles fueron mis propósitos al momento de inscribirme.
La acogida que me dieron cuando las conocí fue generosa. Les conté que mi intención era mejorar el idioma y aunque consideraron que mi inglés era bastante decente se ofrecieron a ayudarme hablando lento y corrigiéndome cada vez que fuera necesario. Me preguntaron la edad y para que los 53 les fueran creíbles tuve que mostrarles el carnet de identidad chileno que afortunadamente había echado al bolso por si me lo pedían para a hacerme miembro del Centro. En Inglaterra no es obligatorio portarlo pero es el único documento donde consta mi año de nacimiento. B, la de la silla de ruedas, me preguntó si en Chile hablábamos portugués, cosa que a estas alturas me parece normal. Ya estoy acostumbrada a que, para el londinense estándar, Brasil, Chile, Argentina y Colombia sean la misma cosa. A menos que les guste el fútbol porque ahí sí que nos pueden diferenciar aunque sea por jugador. Más de una vez me ha tocado nombrar Chile y escuchar “Messi, Messi” como comentario. No pues, Darling, eso es Argentina. Yo te hablo de Alexis, de Bravo, de Pellegrini. “Oh! Alexis, yes, yes, Alexis”.

Por la tarde llega un sobre café, tamaño A4 —trata de conseguir una resma tamaño carta y morirás en el intento—, mi nombre escrito a mano: Mrs. M. L. Leigh Lopez, con mi credencial y el calendario semestral de actividades en su interior. Se las muestro porque no se si reír o llorar.


“Giving an older person the chance to live not just exist”. Suena genial —aunque el corrector me sugiera una s de diferencia: the chances to live not just exist o the chance to live not just exists. Es un centro para older person! No se cómo no asocié… No soy vieja… bueno, tal vez un poco sí, digo, tengo uno que otro achaque pero nada que un par de ibuprofenos o el guatero de semillas no puedan arreglar.
Pienso en Gill, la persona que me invitó a acercarme al centro y eso que me dijo claramente que no representaba mis 53 —tal vez debo mejorar mi inglés más de lo que creo—. La conocí en las tardes tejeriles de The Village Haberdashery, la tienda que descubrí en septiembre del 2018 cuando vine a arrendar la casa donde vivimos ahora. Allí nos juntamos, cada semana, cinco o seis tejedoras estables. Por alguna razón el domingo en que conocí a Gill, no llegó nadie más. La dueña de la tienda me la presentó como una tejedora principiante y por supuesto me ofrecí para enseñarle lo básico para que pudiera comenzar con su proyecto. Supongo que lo que yo estaba tejiendo le hizo creer que era toda una experta. Como le conté que más que tejer, mis motivaciones principales eran conocer gente y mejorar mi inglés, me invitó a conocer dos centros comunitarios que podrían ser de mi interés: el primero llamado The Hearth, donde ella dictaría talleres, sería solo para mujeres del sector de Queen’s Park —afortunadamente mi código postal entraba dentro del radio—, todavía no inauguraba  pero podía seguirlo en Instagram y ver de qué se trataba. El segundo, el Open Age, recién había abierto una sede nueva en Harrow Road, cerca de su casa, donde se realizaban un montón de actividades para personas de 50 años y más, a costos extremadamente bajos, entre ellas, tejer una hora y media por apenas £1,5.
Mi cabeza calculó rápidamente que ir a The Village me tomaba 25 minutos en bus y me salía £3 el ida y vuelta. En cambio, a Open Age, según la app del Citymapper, llegaba en 12 minutos caminando.
Debí prestar más atención a aquello de “50 años y más” que a las platas y a los tiempos, y me habría dado cuenta de en qué me estaba metiendo. No tengo tan claro que el próximo lunes vaya a volver. Sigo queriendo mejorar el idioma pero preferiría hacerlo con temas más variados que dolores y dolencias. Y para conocer gente tengo las visitas guiadas del Victoria & Albert Museum o los Tates. Ya comprendí que hacerse de amigos aquí son palabras mayores, sencillamente no está en el ADN del inglés no más.
Además, se me vino a la mente el dicho “dime con quién andas y te diré quién eres” y quién sabe si hacerse vieja no sea contagioso por estos lados.

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